Los participantes comprueban sus turnos en el monitor.
La sala respira un silencio tenso, como si todos estuviéramos esperando que una bomba explotara. Pero no, sólo son los turnos del concurso de la consulta del médico.
Los dígitos comienzan a moverse, y un pequeño suspiro colectivo llena el aire. Cada segundo que pasa parece más largo que el anterior.
El señor que tengo al lado está al borde de un ataque de nervios, como si la suerte de su vida dependiera de una combinación de cifras y letras en una pantalla digital. Su mirada se clava en el monitor, como si pudiera hacer que su turno apareciera simplemente con la fuerza de la voluntad. No quiere perder ni un detalle y mantiene sus papeles pegados al rostro.