Siempre hay algo en el odio que se perpetúa, como si el rencor fuera una herencia tan legítima como una casa, una finca o el ganado.
En este pueblo, lo sabemos bien. Aquí, los muros no son solo de piedra, están hechos de palabras atragantadas y miradas torcidas. Hay familias que llevan generaciones odiándose por razones que ya nadie recuerda del todo y cuyo rencor ha generado un pacto sagrado.
Es un odio antiguo, nacido de algo que tal vez fue un malentendido, una traición o un gesto torcido que desencadenó una guerra silenciosa. Quizá una palabra dicha en el momento equivocado o unas lindes disputadas. Nadie sabe con certeza el origen, pero todos lo perpetúan como si fuera una deuda que aún estuviera por saldarse.
En este pueblo, lo sabemos bien. Aquí, los muros no son solo de piedra, están hechos de palabras atragantadas y miradas torcidas. Hay familias que llevan generaciones odiándose por razones que ya nadie recuerda del todo y cuyo rencor ha generado un pacto sagrado.
Es un odio antiguo, nacido de algo que tal vez fue un malentendido, una traición o un gesto torcido que desencadenó una guerra silenciosa. Quizá una palabra dicha en el momento equivocado o unas lindes disputadas. Nadie sabe con certeza el origen, pero todos lo perpetúan como si fuera una deuda que aún estuviera por saldarse.