El día no había empezado bien. Lo noté desde muy temprano.
Tomando el primer café supe que algo iba mal. Hay días, en los que parece que el mundo se conjura en tu contra antes incluso de salir de la cama. Es una sensación muy real. No importa lo que hagas porque ya te sientes derrotado, aunque no hayas librado aún ninguna batalla: perder es lo único que puedes hacer.
La reunión comenzó tarde y se alargó más allá del tiempo previsto. No sé cómo sucedió todo exactamente. Fue como una chispa devastadora que prende en un campo seco. Todo se desmoronó en cuestión de segundos. El ambiente se cargó de tensión, y el silencio se hizo denso como el humo en una habitación cerrada. Intenté en vano retroceder, pero ya era tarde.