24 de noviembre de 2024

Concurso

 


Los participantes comprueban sus turnos en el monitor.

 

La sala respira un silencio tenso, como si todos estuviéramos esperando que una bomba explotara. Pero no, sólo son los turnos del concurso de la consulta del médico.

 

Los dígitos comienzan a moverse, y un pequeño suspiro colectivo llena el aire. Cada segundo que pasa parece más largo que el anterior.

 

El señor que tengo al lado está al borde de un ataque de nervios, como si la suerte de su vida dependiera de una combinación de cifras y letras en una pantalla digital. Su mirada se clava en el monitor, como si pudiera hacer que su turno apareciera simplemente con la fuerza de la voluntad. No quiere perder ni un detalle y mantiene sus papeles pegados al rostro.


 —¿Lo ves? Ahí está, G3W... ¡lo tenemos!, alguien grita a su lado.
 

Es una señora mayor que, entre risas nerviosas, ha logrado ver que su turno ha pasado al siguiente nivel del sorteo. Las miradas de rencor y odio se clavan en esta mujer. Es culpable de su suerte. No se lo perdonan.

 

La gente ya no va al médico como antes, con calma, con el respeto de quien sabe que la salud es lo primero. Ahora, la consulta es regida por el azar. Una ruleta rusa de números y letras, donde la victoria representa tener una fecha concreta para tu cita y la derrota en seguir esperando.

 

Cada día, la consulta del médico tiene más emoción. Antes, era entrar y salir, sin prisa, sin presión. Ahora, acceder a la consulta es similar a participar en un juego de la televisión. Y, lo peor, es que ni siquiera te dan un premio como un coche o un apartamento, sólo un papelito validado con tu turno provocando la peor de las envidias entre el resto de los pacientes.

 

Las señoras mayores se plantan en la sala de espera como si de una sala de bingo se tratase, listas para hacer el cartón a la perfección.

 

—Ojalá me toque, ¡hace tanto que no me revisan!, dice una con la esperanza de que el turno que le toque sea el de una consulta sin demoras o, mejor aún, el de un especialista.

 

A veces parece que la gente ya no va al médico por necesidad, sino por pura emoción, por esa chispa de "y si me tocara a mí".

 

Los pacientes, vestidos con sus mejores galas, sentados en sus sillas, están tan concentrados como si estuvieran jugando a las cartas. Miran la pantalla esperando que aparezca la jugada maestra en forma de una fecha para una cita, lo que es mucho más valioso que un as en este juego llamado vida.

 

Y aquí viene la magia.

 

Los médicos ya no parecen ser los sabios que diagnostican enfermedades, sino los guías espirituales de un nuevo mundo, uno en el que la salud está ligada al azar, al cálculo, a los números y letras que giran como si fueran bolitas en una máquina de bingo.

 

Y no quiero yo malmeter.

 

El médico que me atiende está mucho más preparado para la situación que yo, lo cual dice bastante poco de cómo hemos llegado a este punto.

 

El médico, ya cansado de la escena repetitiva de cada día, empieza a hacer un análisis de la situación, pero una calma fría, y se dirige a la sala en voz alta:

 

—A ver, veamos, en la consulta de hoy tenemos los turnos HJ8, 456, GW0 y SGN. ¡Además de un comodín!, dice en voz alta.

 

Una señora refunfuña por su mala suerte. Yo la miro comprendiéndola. La señora parece haberle dado un sentido de importancia y emoción a lo que solo debería ser una revisión de rutina, un análisis de sangre, pero se comporta como si estuviera participando en un torneo de lucha libre.

 

—Esto es un fraude, murmura entre dientes, mientras otros miran a su alrededor, en busca de consuelo, sabiendo que el sorteo de hoy ya está perdido.

 

El hombre que está a mi lado ahora me mira y, con un aire de superioridad, comenta:

 

— Lo bueno de esto es que es más emocionante que un partido de fútbol

 

La sala se ríe un poco, aunque con un tono nervioso, porque en el fondo todos sabemos que este circo de números y letras va mucho más allá de una simple broma.

 

De repente, la pantalla se apaga.

 

Nadie dice nada. Todos nos quedamos mirándola, esperando un milagro. Pero el milagro no llega. No va a volver a encenderse hasta mañana. 

 

Todos sabemos que, al igual que en un concurso, lo que más importa no es el turno que salga, sino el tiempo que nos queda esperando, con esa mezcla de desesperación y esperanza que solo los seres humanos sabemos cultivar. Porque lo que está claro es que, a estas alturas, ir al médico no es solo un trámite.

 

Es un concurso. 

 

—Pues no se ha ido el médico sin sortear el comodín, dice un señor apoyado en su bastón esperando el ascensor.

 

Un maldito concurso.


© Texto e imágenes. Sgn. 2024

 


1 comentario:

  1. Me gustaría que esto fuera solo un relato de ficción no una profecía. Gracias por pensar en voz alta.

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